Uso y tradición (Esp.)
Enfermedad
Se fue detectando hace años el rastro de color carmín que cogió por costumbre habitarse entre nosotros. Hambrientas, succionan la savia que nos mantiene y nos vamos debilitando poco a poco. Durante los meses de calor se asientan en nuestras pencas dejando unas masas blancas que sangran como primer indicio de su llegada. Estamos enfermos.
Poco a poco nos debilitamos, nos vamos secando pero intentamos sobrevivir. Producimos nuevos tallos, pero todo es un ciclo. Nosotras nos reproducimos pero ellas también.
A veces por esto me cuestiono si lo que hacemos es cohabitar, ayudarnos las unas a las otras, pero es obvio que son ellas las que se aprovechan.
Lo único que podemos hacer es resistir mientras ninguno de los seres a los que hemos acompañado durante los siglos anteriores puede hacer o decide hacer nada.
Ahora es una neblina blanca lo que ocupa los territorios que habíamos habitado siempre.
A lo largo de mi tiempo en este nuevo territorio al que me trajeron me han seguido dando trabajos a parte de los míos propios, en relación con los otros seres que me rodean. Me dieron funciones. De hecho se me trajo con la idea de dar uso a tierras infértiles, se trataba de darme un uso que diera otro a lugares considerados no productivos. Tierras que van desde los más cercano a la costa, a cerros fértiles y hasta los peñascos mas áridos que conocen en la zona. Me arraigo a cualquier suelo sin necesidad especial de luz u oscuridad, y por eso no tardé en crear una comunidad de allegados.
Más de una vez he hecho sentir el escozor que produce el pinchazo de mis púas en la piel de las gente, pero soy querida y apreciada a pesar de que también sé que he sido la última y única opción, sobre todo para mis vecinos de hace siglos que han tenido que mantenerse a base de mis frutos. Recuerdo como los comían crudos, me cocinaban y me guardaban, sacaban mi jugo y lo mezclaban con otros líquidos y bailaban, reían y lloraban.
Mucha gente cogía mis frutos con las manos pero también han construido una especie de horquilla, una caña larga y abierta por un extremo que se abrazaba a mis frutos y los separaba retorciéndolos. Después la mayoría me cortan y me quitan la piel, que se la dan a otros seres para que se alimenten.
Durante la noche dormito rodeando edificios fincas, resisto con mi tallo todavía caliente por el sol que contrasta con el frescor que guardo dentro. Soy una barrera contra lo que los humanos consideran desconocido cuando se va la luz. Les protejo, les cuido, les ayudo a curar, a sobrevivir cuando no hay nada más. Por la mañana recogían mis frutos y llevaban esa parte de mí a barracas para venderme, y volvía a empezar mi ciclo.
Ahora sigo estando, a veces enfermo, pero en vez de abundar ahora rodeo. Rodeo las hileras de edificios próximas a la costa, rodeo las carreteras donde antes había caminos o simplemente nada. Ahora rodeo y antes me rodeaban, sin embargo no he dejado de existir. He pasado a tomar un papel diferente en la vida de los que parece que la reescribieron. Ahora soy algo anecdótico, un recuerdo de lo que signifiqué en tiempos de necesidad, pero más arraigado que nunca.
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Desplazamiento
Me seguía pareciendo que todos los paisajes, por bonitos que fueran, eran impostores. Sin embargo, había comprendido que el desplazamiento era irreversible y que, si acaso, el impostor, era yo. Había sido arrancado y obligado a tener sentido por mí mismo, desentonando con mi alrededor. El desgarro era múltiple y me dividía en fracciones que se fraccionaban a su vez, creando un cuerpo caleidoscópico donde la identidad, el mito, la tradición y el origen se confunden con los trampantojos de sí mismos. Mi cuerpo está ahora fragmentado y todos los hijos de él habitan tan distantes que no pueden llegar a conocerse, y sólo tenues vestigios biológicos los emparentan inútilmente. “One day, the old will die and the young will forget” . Ya adorno recuerdos de infancia en los que no se sabe que no siempre estuve aquí, y se olvida mi nombre anterior, dando el nuevo por original, y no pudiendo nunca encontrar el primero; “de niña, solía pincharme las manos al tratar de coger los higos chumbos”, dice la abuela de un pueblo andaluz. Con todo, a pesar de la violencia que encierra mi desplazamiento forzoso, tan cierto es el olvido de mi nombre original como la certeza del cambio; toda situación es una instantánea de un proceso que se extiende antes y después de ella, tanto mi localización geográfica como la operatividad del poder colonial.
Otras posibilidades
En la época prehispánica se me conocía con muchos apodos, aunque el más común de mis nombres era Nopali, proveniente de la cultura Chichimeca.
Mi presencia ha sido un eje para el desarrollo de la cultura mexicana hasta, aunque la relación con los habitantes de las tierras en las que crezco ha cambiado con el paso del tiempo.
Antes de que nuestro mundo cambiase por la colonización, se me consideraba una planta sagrada, dotada de la capacidad de conectar el inframundo al que se agarraban mis raices, con el cielo que rozaban mis petalos de seda tintada.
Sin embargo, entre ambos extremos se hallaban, intentando elevarse al cielo, los corazones humanos, simbolizados mis tunas.
Este reflejo del corazón que impregna mi fruta, proviene del mito del genesis de mi especie.
Según la leyenda de los mexicas, el dios azteca del sol, conocido como Huitzilopochtli, mandó a sus guerreros a que sacrificaran a su hijo, quien quería matarlo, pidiendo que se enterrase su corazón entre piedras. Se dice que de este peñasco que sepultaba lo que un dia fue fuente de vida, nació el primer Nopali, símbolo resistencia a las adversidades y vida.
Sin embargo, la resiliencia que aporta al imaginario cultural no es la única representación que me identifica.
La identidad mexica se concentró en el mito de Aztlán y el peregrinaje de los pueblos que los llevó a fundar Tenochtitlan, bajo orden de Huitzilopochtli, que selló la zona elegida con el emblematico encuentro de “un águila agitando sus alas, parada sobre un nopal mientras desgarra una serpiente con el pico”, escena que quedó grabada en el monumento más antiguo que se conoce sobre la fundación de Tenochtitlan: el “Teocalli de la Guerra Sagrada”.
Se trata de la misma imagen que sostiene la bandera nacional Mexicana, se encuentra ahi por un acto de resistencia del pueblo, a negarse a perder su cultura a pesar del proceso de colonización que sufrieron. Es un reclamo a la memoria ancestral.
Nuestra especie se ha tejido junto a los pueblos mexicanos, formando parte esencial de su sustento, junto a otros elementos como los frijoles o el maíz, que han dado vida a la población durante milenios.
Solo quienes nos conocen saben como tratarnos, conocen como saciarse con nuestras pencas espinosas, saben como tratar nuestra carne, disfrutar nuestra fruta, sacándonos antes las espinas. Este, es un proceso largo, un conocimiento que se ha transmitido de generación en generación, que ha reunido a familias enteras en la cocina para prepararnos desde el corazón y paciencia. No se trata solo de alimentarse, conformamos unión, en el proceso de preparación se comparte, se escucha y se aprende.
De nuestras frutas se aprendió a hacer miel, queso de tuna e incluso cerveza, a la que llamaban nochoctli , mientras que nuestras flores teñían las ensaladas.
Y con el tiempo y la experiencia se nos integró en sus vidas, no solo aportábamos nuestros destacados nutrientes, sino que también tenemos somos cura.
Gracias a nuestra capacidad antiinflamatoria se aplicaba nuestra savia en golpes y quemaduras, el mismo jugo que reducir la fiebre e hidratar, componiendo un elemento crucial para el desarrollo de sus vida.
Por otra parte, cabe destacar nuestra aportación externa, un insecto se cría en nuestra carne, se trata de la cochinilla, esta se usa para obtener un pigmento granate, el cual las culturas Chichimeca y Huachichiles, aprovechaban para pintar
las pieles de sus integrantes.
Sangre con la cual teñían y pintaban murales, que fijaban posteriormente con nuestra saliva nepalí, su capacidad es tal, que se supo empelar para la construcción, uniendo las piezas de adobe y formando parte de su hogar, acogiendo todo lo que ahí ocurría.
El simbolismo del nopal en las culturas prehispánicas
La presencia del nopalí en la cultura mexicana
La vegetación también tiene historia, su propia memoria y aportación, afectando y condicionando nuestra cultura tanto como el uso que le hayamos asignado. Sobre ésta base, éste proyecto narra un breve rastreo de un elemento que carga mucha historia, ha levantado pueblos y cruzado mares, se trata de la Chumbera, o como se la conoce más en su territorio natal, el Nopal.
A lo largo de los cinco capítulos, se recorren momentos de su historia, como pequeñas ventanas que nos permiten observar algunos fragmentos del exterior. Así, sin pretensión de abarcar todas las posibles tramas de la realidad, pretendemos evocar episodios que configuran una de las muchas historias posibles del Nopal, mirándola a través del filtro de una conciencia decolonial. Se proponen unas narrativas no herederas de una mirada colonial, tratando de proponer otras posibles maneras de mirar el mundo, de narrarlo y de habitarlo, así como de construir nuestra realidad.